
Agustín, conocido como el Doctor Gracia, fue un pastor entre los años 350 – 430 d.C, que dejó un legado importante al cristianismo, siendo de gran influencia siglos más tarde para hombres como Martín Lutero y Juan Calvino.
A su vez, la vida de Agustín fue poderosamente influenciada por su piadosa madre. Mónica fue una mujer que desde temprana edad le enseñó el camino de salvación por medio de Jesucristo. No obstante, esta no fue la única influencia que recibió Agustín; su padre quien era inconverso marcó los primeros años de vida del joven Agustín, lo cual lo llevó a negar a Cristo y abandonar toda la instrucción que había recibido de su madre.
Agustín estaba muerto en sus delitos y pecados, caminando según los ideales de este mundo y viviendo conforme a las pasiones de su carne. Pero Dios en Su gracia, años más tarde decidió darle vida eterna. En esta, como en nuestra historia, el protagonista es Dios; sin embargo, el Señor usó a su madre para influenciar piadosamente la vida de este hombre de fe.
Hoy quiero compartirte algunas características de Mónica, quien dejó un legado que aun impacta a los creyentes hoy en día. El legado de una madre que comprendió que el ministerio más poderoso que tenía era impactar a los más cercanos a ella en su hogar. Ella como madre, influyó en Agustín, quien fue y sigue siendo de bendición para generaciones de creyentes en la iglesia cristiana.
Esta historia nos anima y nos recuerda que la influencia que podemos ejercer en nuestro hogar, sin calcularlo, puede bendecir a millones de personas. Invertir en la vida y fe de un hijo puede, si Dios así lo quiere, ser el canal de bendición para toda la iglesia. La vida de Mónica nos anima a orar sin cesar por la salvación de nuestros hijos y familiares. También su historia puede animar a las mujeres que están casadas con no creyentes a obedecer a Cristo y descansar en su soberanía.
Te invito a conocer las marcas que caracterizaron a Mónica y que puedes imitar en tu hogar.
Confiaba en la soberanía de Dios y por lo tanto obedecía
“Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado” (Job 42:2).
Mónica estaba casada con Patricio, un hombre inconverso que tenía un carácter fuerte. Era un hombre enfocado en las cosas de este mundo. A pesar de esto, ella fue ejemplo de una mujer que amaba a Dios, pues reconoció que era la embajadora de Cristo más cercana para él. Ella sufrió decepciones e infidelidades; sin embargo, esto no fue un tropiezo para su fe, y mucho menos para su obediencia.
Mónica confiaba en la soberanía del Señor en todas las áreas de su vida. Se esforzó por enseñarles a sus hijos desde muy pequeños acerca de Dios, por ser un ejemplo de una cristiana verdadera y su deseo más grande era que su esposo e hijos amaran a Dios y compartieran su fe. Sin embargo, en el caso de Agustín, siendo él un joven muy inteligente, su padre decidió enviarlo a Cartago a estudiar, ya que esta era una ciudad que podría darle mejor estatus académico y social.
Esta idea destrozó a Mónica, ella sabía que esa ciudad estaba llena de pecado y libertinaje y por lo tanto no era el mejor lugar para el joven. La prioridad de su esposo era completamente diferente a la suya. Por un lado, ella quería que su hijo estuviese mas cerca de Dios, pero, por otro lado, su esposo veía como única prioridad que el muchacho fuera reconocido académicamente.
Lo sorprendente de la historia, es que no hay ninguna evidencia de que ella haya querido controlar o manipular la situación. Por el contrario, aunque pensaba que enviar a su hijo a aquella ciudad, no era la mejor decisión, prefirió confiar en la soberanía de Dios y, por lo tanto, sujetarse a su marido como lo demanda el Señor en Efesios 5:22.
Uno de los mandamientos que nos causa algunas preguntas es la sujeción a nuestro esposo. Escucho mujeres que preguntan: ¿hasta qué punto me debo sujetar?, especialmente cuando son decisiones no tan sabias que toman sus maridos. Sin embargo, debemos recordar que este es un mandamiento de Dios que solo tiene un condicional: no nos debemos sujetar cuando lo que nuestros esposos piden nos lleva a pecar contra Dios.
Recordemos que la obediencia siempre trae bendición, aunque a veces no podemos verla. Sé que muchas están casadas con incrédulos, con prioridades diferentes para su matrimonio e hijos, y esto es doloroso, pero hoy quisiera animarte a ti que estás en esta situación a que mires el ejemplo de Mónica quien decidió obedecer al Señor descansando en su soberanía.
Confiaba en el poder de Dios y por lo tanto Oraba
“Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (Fil 4:6).
Mónica se dedicó a orar por su hijo cuando lo tenía en su casa y mucho más cuando él ya no estaba. Ella decidió sujetarse a su esposo, pero eso no le impedía orar intensamente por su hijo. Acudió a quien sí podía cambiar el rumbo de esta historia, al Señor, el Omnipotente. Oró incansablemente y sin cesar por su esposo e hijo, clamó al Señor por la salvación de los dos.
Agustín escribió en su libro Confesiones que en algún momento él estaba muy enfermo y su madre no lo sabía, pero él agradecía las plegarias de ella, pues estaba seguro de que su madre no dejaba de orar por él; pues cuando vivió con ella había sido testigo de la gran devoción de esta consagrada mujer.
Confiaba en las promesas de Dios y por lo tanto se enfocaba en la eternidad
Su esposo se sorprendía de su bondad hacia él. A pesar de los ataques de ira con los que él la atacaba, él veía en ella algo que no había experimentado en ningún otro lugar fuera de su hogar. Un poco antes de su muerte, Patricio fue salvo por la gracia de Dios. El testimonio de la vida de su esposa fue la herramienta que el Señor usó para que él quisiera escuchar el evangelio.
Sus oraciones no eran para que su esposo cambiara y fuera mas cariñoso, amable, atento y fiel. Su enfoque siempre fue que él fuese salvo. Ella no estaba esperando una mejor vida en el presente, ella esperaba que sus más queridos gozaran de la vida eterna. Los sufrimientos que soportó, los soportó por amor a Cristo y a su marido. Ella anhelaba ver a Patricio confesando a Cristo como su salvador y Dios le concedió su petición.
“puso gran cuidado en ganarle [a Patricio] para ti [Señor], proponiéndole y explicándole vuestro ser y perfecciones, no tanto con sus palabras como con sus costumbres, por las cuales la hicisteis tan hermosa y amable a su marido, que al mismo tiempo le causaba respeto y admiración… Pero ella toleró de tal suerte las injurias de sus infidelidades, que jamás tuvo por esto la menor desazón con su marido, porque esperaba que vuestra misericordia había de concederle primeramente la fe y después la castidad conyugal”.[1]
Ella también tuvo la perspectiva correcta de la vida de Agustín, quien estaba en un buen momento de su vida académica. Mónica no se deslumbraba con los aparentes éxitos de su hijo, pues sabía que el éxito de este mundo era basura comparado con conocer a Cristo (Fil. 3:7).
Sus ojos no estaban puestos en la tierra, sus ojos estaban puestos en la eternidad. Ella confiaba en la promesa de Dios de una vida eterna, sabía que esta vida es pasajera, como neblina (Stg. 4:14). Confiaba en que estaría en gloria con el Señor, y por eso su mayor oración era que sus amados estuviesen junto con ella por la eternidad.
Los afanes de este mundo y la vanagloria de la vida nos desenfocan de lo que realmente importa. Esposas y madres que dedican su vida a que su esposo e hijos sean los mejores académicos, deportistas y empresarios, dejando a un lado lo más importante, su vida eterna.
En el mundo esto es normal, lo desconcertante es verlo en la iglesia. A veces nos olvidamos de la importancia de la eternidad. Nos enfocamos mas en el comportamiento externo de nuestros hijos que en su corazón, en el reconocimiento de nuestros esposos, que en su vida espiritual. Incluso, mujeres solteras que se proclaman cristianas, buscando hombres que solo son caracterizados por ideales mundanos, más que por vidas espirituales. Recuerda, pon tus ojos en Cristo y no te desvíes por la vanidad de este mundo.
“mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor.”[2]
Te animo a que vivas una vida obediente descansando en la soberanía de Dios, orando fielmente y enfocándote en la eternidad como el ejemplo de esta mujer.
[1] Agustin. Confesiones De San Agustín. Libros en Red 2007.
[2] Agustin. Confesiones De San Agustín. Libros en Red 2007.
Radiant, Fifty remarkable woman in Church History, Richard M Hannula