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    ¡Cuánto amo yo tu ley!

    He estado rodeado de cristianos toda mi vida, y no recuerdo que haya escuchado a muchos de ellos exclamar: «¡Cuánto amo yo tu ley!». No obstante, en el Salmo 119 encontramos a David diciendo precisamente eso, expresando su amor por la ley de Dios. En el primer Salmo lo encontramos anunciando al hombre bienaventurado que halla en la ley de Dios una fuente de gran deleite. Eso suena un poco extraño a nuestros oídos, ¿no es así? ¿No somos un pueblo de la gracia? ¿No estamos libres de la ley?

    No en este caso. Cuando David expresó su amor a la ley de Dios, estaba expresando su amor a la verdad revelada de Dios, todo el conocimiento e instrucción que él le ha dado a la humanidad en su Palabra. David tenía menos de ella que nosotros; solo tenía los primeros libros de lo que más tarde sería la Biblia de 66 libros. Pero él leía estos pocos libros, reflexionaba sobre ellos, y aplicaba diligentemente su sabiduría a su vida. Mientras más lo hacía, más crecía su afecto.

    ¿Qué había en la ley que incrementaba los afectos de David? ¿Era él solo un personaje rígido al que le gustaba hacer lo correcto y temía hacer lo malo? ¿Tenía una mentalidad muy rígida y legalista? No, él amaba esto: la ley de Dios es un reflejo del carácter de Dios. Cuando David miraba la ley de Dios veía la persona de Dios, el carácter de Dios, el corazón de Dios. Cuando leía la Palabra de Dios, se encontraba cara a cara con el Dios que amaba. En la ley veía un preciso retrato, un preciso reflejo del carácter de Dios. Y David amaba la ley porque amaba a Dios.

    La ley de Dios es el carácter de Dios externalizado. Nos llega desde el mismísimo corazón y mente de Dios. Su propósito no es en primer lugar decirnos qué debemos ser y qué debemos hacer. No en primer lugar. Su propósito es decirnos primero quién es Dios y cómo es él. Y aquí mismo la Biblia nos confronta a ti y a mí. Si no amamos la ley y no queremos practicar la ley, no amamos al Dios que dio la ley. ¿Amamos la ley de Dios como hacía David? ¿La apreciamos como él la apreciaba? ¿Meditamos en ella, la internalizamos y vivimos conforme a ella como él hacía? David amaba la ley de Dios porque amaba al Dios de la ley. ¿Lo hacemos nosotros?